Lápida conmemorativa de la pandemia en Nueva Zelanda (tomado de http://kathleen-1918-influenza.weebly.com/) |
La primera oleada
En 1918 los médicos estaban de sobra familiarizados con las epidemias de gripe y todo lo que conllevan: su sintomatología, tratamiento y medidas paliativas, pero en modo alguno se imaginaban lo que se les venía encima. Todavía se desconocían casi por completo los mecanismos bioquímicos por los que actuaban los virus gripales y nadie pudo prever que el brote epidémico se iba a transformar, de forma contundente y rapidísima, en la peor pandemia conocida. Las operaciones militares de la última fase de la Gran Guerra dictaban la dinámica social y sanitaria en buena parte del planeta, por lo que los movimientos de tropas y la concentración y traslado de grandes contingentes de soldados iban a ser determinantes en la difusión de la infección.
Hasta donde se ha podido reconstruir la historia y origen de esta pandemia, la gripe fue detectada por vez primera a comienzos de marzo de 1918 en un par de acuartelamientos militares situados en el centro y sur de Estados Unidos. Si bien en los primeros momentos no se consideró pertinente declarar una pandemia gripal, los médicos militares percibieron que sus características revestían mayor gravedad que las de una gripe corriente. Por desgracia, Estados Unidos seguía enviando numerosos contingentes de tropas al frente europeo, y el 1 de abril el virus había llegado a los puertos franceses de Brest y Burdeos.
La difusión de esta primera oleada de la pandemia fue muy rápida: en mayo se registraban multitud de casos en Reino Unido, Italia, España, los Balcanes y el norte de África; en junio la pandemia cruzó el frente y avanzó por tierra hacia Alemania, Austria, Europa Oriental y Rusia, a la vez que se dirigía por vía marítima a la India e Indonesia, por un lado, y al Caribe y Brasil por otro; en julio estaba instalada en China; y en septiembre completaba la invasión tras alcanzar los territorios más australes, Argentina, Sudáfrica y Australia.
En 1918 los médicos estaban de sobra familiarizados con las epidemias de gripe y todo lo que conllevan: su sintomatología, tratamiento y medidas paliativas, pero en modo alguno se imaginaban lo que se les venía encima. Todavía se desconocían casi por completo los mecanismos bioquímicos por los que actuaban los virus gripales y nadie pudo prever que el brote epidémico se iba a transformar, de forma contundente y rapidísima, en la peor pandemia conocida. Las operaciones militares de la última fase de la Gran Guerra dictaban la dinámica social y sanitaria en buena parte del planeta, por lo que los movimientos de tropas y la concentración y traslado de grandes contingentes de soldados iban a ser determinantes en la difusión de la infección.
Hasta donde se ha podido reconstruir la historia y origen de esta pandemia, la gripe fue detectada por vez primera a comienzos de marzo de 1918 en un par de acuartelamientos militares situados en el centro y sur de Estados Unidos. Si bien en los primeros momentos no se consideró pertinente declarar una pandemia gripal, los médicos militares percibieron que sus características revestían mayor gravedad que las de una gripe corriente. Por desgracia, Estados Unidos seguía enviando numerosos contingentes de tropas al frente europeo, y el 1 de abril el virus había llegado a los puertos franceses de Brest y Burdeos.
La difusión de esta primera oleada de la pandemia fue muy rápida: en mayo se registraban multitud de casos en Reino Unido, Italia, España, los Balcanes y el norte de África; en junio la pandemia cruzó el frente y avanzó por tierra hacia Alemania, Austria, Europa Oriental y Rusia, a la vez que se dirigía por vía marítima a la India e Indonesia, por un lado, y al Caribe y Brasil por otro; en julio estaba instalada en China; y en septiembre completaba la invasión tras alcanzar los territorios más australes, Argentina, Sudáfrica y Australia.