4 de febrero de 2015

La hipótesis de Ruddiman: pandemias y CO2


Gracias a un número atrasado de la revista Investigación y Ciencia (mayo de 2005) que cayó ocasionalmente en mis manos hace unos días, pude leer un artículo que me llamó mucho la atención, pues exponía una hipótesis de largo alcance que yo desconocía por completo. El artículo, “Calentamiento antropogénico preindustrial”, fue escrito por William F. Ruddiman, a la sazón geólogo marino y profesor emérito de ciencias ambientales de la Universidad de Virginia (EE UU).

En esencia, su hipótesis señala que desde el inicio y posterior consolidación de la agricultura hace unos 11.000 años, las actividades agrícolas humanas implicaron una progresiva deforestación para ganar terrenos para el cultivo de cereal, así como la inundación de grandes extensiones para el cultivo de arroz. Ello habría ocasionado, respectivamente, un aumento de la cantidad de CO2 y de metano en la atmósfera, provocando un efecto invernadero y un calentamiento global.

Este “calentamiento antropogénico preindustrial”, lejos de haber sido perjudicial, habría contribuido a detener o paliar una natural tendencia al enfriamiento de nuestro planeta, enfriamiento que hubiera podido sumirlo en una mini-era glacial. Ruddiman explica que durante la época en que se producía este calentamiento por las actividades agrícolas, los ciclos orbitales de la Tierra estaban impulsando simultáneamente una tendencia natural al enfriamiento. De no haber sido por el calentamiento agrícola, la temperatura media de nuestro mundo estaría ahora 2 ºC por debajo; esto, que parece poca cosa, significa en realidad mucho frío (durante el máximo enfriamiento de la última glaciación, hace unos 20.000 años, la temperatura media de la Tierra sólo era 5,5 º C inferior a la actual).
 
He sabido después que el artículo de Investigación y Ciencia es un resumen de un trabajo anterior de Ruddiman publicado en 2003, en donde expone de manera mucho más minuciosa y técnica su teoría. Pero ignoro el grado en el que a día de hoy la propuesta de Ruddiman se ha consolidado o descartado en el mundo académico. Con mis conocimientos de climatología y geología a nivel de usuario, soy por completo incapaz de analizarla y juzgar hasta qué punto es falsable. Lo que me interesa aquí es comentar someramente otra cuestión.

Con objeto de reforzar la coherencia de su hipótesis principal, Ruddiman planteó una sorprendente correlación entre pandemias históricas y descensos puntuales en la concentración de CO2 atmosférico en los registros geológicos disponibles. Afirmaba que si bien las concentraciones de CO2 han experimentado una tendencia creciente a largo plazo desde hace unos 8.000 años, durante los últimos 2.000 años esa tendencia no es tan clara, ya que se han constatado disminuciones limitadas pero muy significativas.
 
Para Ruddiman, las pandemias y sus consecuencias explicarían estas anomalías. Los descensos de población causados por la mortandad de las plagas de peste bubónica, especialmente las que tuvieron lugar en los siglos VI y XIV, llevaron a una menor demanda de alimentos, menor roturación y cultivo de tierras, reforestación y, finalmente, descenso en los niveles de CO2. El mismo proceso se habría repetido en los siglos XVI y XVII, cuando el descubrimiento y colonización de América por los europeos ocasionó una gran catástrofe demográfica entre los pueblos indígenas americanos debida, principalmente, a las nuevas enfermedades contagiosas importadas desde el Viejo Mundo.

Ruddiman cree que estos funestos episodios históricos pueden ponerse en relación con los bajos niveles sincrónicos que se registran en la fluctuación de la concentración de CO2 proporcionada por los testigos de hielo fósil de Groenlandia y la Antártida. En uno de los gráficos que ofrece en su artículo de 2005 se representa esta relación con bastante claridad.

Pandemias y concentraciones de CO2, según Ruddiman (2005)


[A primera vista, el ajuste no es muy bueno para la epidemia de peste bubónica del siglo VI (la plaga del 540 en Bizancio y el Mediterráneo), ya que lo que se observa para ese instante es una subida del CO2 y no una bajada. En su artículo de 2003 Ruddiman señala que, en este caso, la correlación funciona en realidad para un periodo de depresión demográfica más dilatado, entre los siglos III y VI, el cual se corresponde con bajos niveles sostenidos del CO2.]

La vinculación que Ruddiman plantea entre pandemias y CO2 es lo bastante compleja como para desecharla o aceptarla sin un detenido análisis, el cual no se puede emprender aquí. Es innegable que la idea es verosímil e ingeniosa, pero en principio no me parece lo suficientemente sólida como para afianzar la relación causa-efecto que Ruddiman invoca.

Aquí sólo realizaré una breve crítica centrada en los argumentos que aparecen en el artículo de 2005 de Investigación y Ciencia. Para los muy interesados en el asunto, es conveniente que consulten el trabajo de Ruddiman de 2003.

Sabemos que las plagas de peste bubónica han sido recurrentes en el Viejo Mundo durante los últimos 2.000 años. Las epidemias de los siglos VI y XIV fueron las que, al parecer, provocaron mayor mortandad, pero su grado de extensión e intensidad sobre las poblaciones son todavía materia de discusión, y en modo alguno pueden considerarse un dato cuantitativo establecido. Esto complica su utilización como variable inicial en una hipótesis de causa-efecto.
 
Una merma demográfica del 25-40 % en Europa a raíz de la Peste Negra de 1348 es, desde luego, una estimación que la mayoría de los especialistas en demografía histórica están dispuestos a admitir. Pero falta saber cómo y en qué medida ese descenso repercutió sobre la extensión de superficie cultivada, algo que sólo puede determinarse con un concienzudo estudio de la dinámica socio-productiva de las épocas anterior y posterior a la plaga.
 
Por ejemplo, O. J. Benedictow, en su libro La Peste Negra (1346-1353), dedica el capítulo XXXII a valorar la mortalidad que causó la epidemia en Inglaterra, y en la página 479 escribe:

“En vísperas de la Peste Negra el panorama completo del campo inglés se caracterizaba por una fuerte presión demográfica. Había una fuerte competición por la tierra, y los dueños de los señoríos podían exigir rentas y pechas elevadas e imponer a sus tenentes [arrendatarios] duros servicios en forma de trabajo. Los tenentes de cottages, jornaleros, minfundistas y demás personas pobres que dependían de su trabajo para obtener un salario y arañar los recursos para subsistir tenían que competir por las oportunidades laborales y trabajar duramente por una paga escasa. En resumen, eran tiempos duros para los pobres y menesterosos, que constituían una gran parte de las poblaciones rurales.

Esto significa que en la sociedad anterior a la peste había una enorme reserva de personas que sólo podían soñar con hacerse con una buena tenencia. Muchos de los que sobrevivieron a la Peste Negra vieron sus sueños hechos realidad. Este proceso de ascenso social repentino por parte de un gran número de hogares, posibilitado por la Peste Negra, fue una característica general en Europa (…)”

Y más adelante (pg. 501) señala que, tras concluir la plaga:

“Los hogares supervivientes que pertenecían a las clases minifundistas y carentes de tierra tuvieron la suerte de ocupar tenencias vacantes y se incorporaron a las filas de los tenentes consuetudinarios; hombres y mujeres jóvenes hicieron otro tanto; y los tenentes que habían sobrevivido añadieron a sus predios tierras abandonadas. La tierra que quedó sin utilizar fue, por tanto, poca, aunque en esos momentos se pudo explotar de manera más extensiva, con una insistencia algo mayor en la ganadería y sin exagerar la dedicación a la agricultura, debido también a que ya no había necesidad de producir un máximo de calorías”.

Este panorama no casa bien, pues, con una Europa en la que las tierras yermas aumentan su extensión y el bosque gana terreno por doquier, condiciones estas que deberían darse si se quiere argumentar un significativa bajada en las concentraciones de CO2 en la atmósfera.

En resumen, la secuencia incremento catastrófico de la mortalidad => reducción de mano de obra agrícola disponible => abandono de tierras (y reforestación), puede no ser lineal y tal vez no funcione en muchos casos.

Por otro lado, hay que recordar que si se habla de una disminución mundial de la concentración de CO2, puede resultar erróneo plantear como causa acontecimientos regionales. Por ejemplo, cabe la posibilidad de que mientras que en Europa, el Mediterráneo y Asia Occidental se sufrían contundentemente las consecuencias de la Peste Negra, en otras regiones agrícolas del mundo (Extremo Oriente y China, La India, Mesoamérica, Andes) se mantuviera, o incluso aumentara, su población y, por lo tanto, el grado de deforestación.

En lo que respecta a la catástrofe demográfica en el Nuevo Mundo durante los siglos XVI y XVII, el desconocimiento y la discrepancia sobre su cuantificación son mucho más profundos que en el caso bajomedieval europeo. Los investigadores han propuesto cifras que oscilan entre 8,4 y 112,6 millones de habitantes para la población total del continente en el momento del contacto en 1492 (Livi Bacci 2003:32). El impacto de la conquista y colonización europeas sobre los pueblos amerindios fue brutal, aunque tampoco hay consenso a la hora de cuantificarlo: la mayoría de las estimaciones señalan que la población original americana habría descendido entre un 50 y un 90 % en los 150 años posteriores al descubrimiento.

Las causas de este pavoroso declive fueron diversas: esclavitud, violencia, trabajos forzados, traslado de poblaciones, desarraigo comunitario y social y, sobre todo, enfermedades contagiosas, de entre las cuales la viruela fue el mayor azote. Ruddiman favorece la estimación más alta y supone que el 90 % de la población amerindia desapareció. Pero de nuevo ignoramos hasta qué punto tal devastación humana, que pudo perfectamente alcanzar esos niveles, repercutió sobre la superficie agrícola y el grado de reforestación.

No puede olvidarse que los nuevos amos europeos -españoles sobre todo- pese a no inmigrar en volumen suficiente como para sustituir numéricamente a los indígenas que desaparecían, se apresuraron a exigir amplios excedentes de producción agrícola. Tales excedentes eran necesarios para alimentar holgadamente a la población europea explotadora y -menos holgadamente- a la indígena explotada. Una parte importante de la mano de obra amerindia no se destinó al sector agrícola de consumo alimentario, sino que se empleó en la minería, la agricultura de interés comercial y los servicios. Además, a medida que los efectivos amerindios disminuían, se fueron sustituyendo en muchas regiones con población esclava africana.

En este escenario es, pues, arriesgado hablar de una disminución sensible de la demanda alimentaria y la superficie agrícola. Y por otro lado hay que recordar que durante el siglo XVI se experimentaron en Europa sensibles crecimientos demográficos, los cuales pudieron haber compensado el posible impacto de las pérdidas humanas americanas sobre la concentración mundial de CO2.

En fin, siempre es más fácil y cómodo criticar las ideas de los demás que ayudar a sustentarlas. En este caso lamento no poder contribuir a mejorar la idea de Ruddiman sobre las pandemias y el CO2, pero, con todo, creo que sus sugerencias no deben descartarse sin un mayor estudio. El asunto del calentamiento atmosférico puede ser más grave de lo que parece, y nos debe interesar adquirir todo el conocimiento que nos sea posible acerca de ello.


BIBLIOGRAFÍA

BENEDICTOW, O.J. (2011): La Peste Negra (1346-1353). La historia completa. Ediciones Akal, S.A. Madrid.

LIVI BACCI, M. (2003): Las múltiples causas de la catástrofe: consideraciones teóricas y empíricas, Revista de Indias, vol LXIII (227):31-48.

RUDDIMAN, W.F. (2003): The anthropogenic greenhouse era began thousands of years ago, Climatic Change 61:261-293.

(2005): Calentamiento antropogénico industrial, Investigación y Ciencia 344:32-39.

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