15 de enero de 2015

Un esquema básico del flujo demográfico: cherchez les femmes


Entender el mecanismo por el que una población cambia y perdura en el tiempo puede resultar difícil para el no especialista, ya que son varios los factores y las variables que se combinan y se influyen mutuamente. La interrelación entre generaciones, habitantes, emigrantes, inmigrantes, nacimientos, defunciones, etc., obliga a realizar una evaluación cuidadosa de todos los datos, así como una cuantificación certera de los distintos cocientes y porcentajes que se pueden extraer de esos datos.
 
Todo ello con el fin de determinar si una población concreta está creciendo o disminuyendo con respecto a etapas anteriores, pero también para tratar de determinar si crecerá o disminuirá en un futuro más o menos próximo.
 
Naturalmente, si lo que queremos es reducir el problema a su solución más básica, todo el mundo entenderá (al margen de lo que ocurra con la emigración y la inmigración) lo siguiente: una población está creciendo si resulta que hay más nacimientos que defunciones; y está disminuyendo si sucede lo contrario. Esto es absolutamente cierto, y nadie puede realizar objeción alguna.
 
Pero este razonamiento no es tanto una explicación como un hecho observable. Si lo que queremos es comprender algo mejor el mecanismo por el que los efectivos de una población cambian (y, repetimos, dejando al margen la emigración y la inmigración), es necesario introducir algunos factores más.
 
 
Pero no muchos más. Partimos de un primer parámetro, el número de mujeres de entre 15 y 49 años, esto es, el intervalo de edad estándar en el que se considera que la inmensa mayoría de las mujeres puede concebir y parir hijos (por supuesto, esto es una convención usada por los demógrafos, y está bien comprobado que las mujeres pueden concebir y dar a luz con menos de 15 años y más de 49, pero la práctica totalidad de los nacimientos corresponden a madres que se encuentran en dicho intervalo). Este número de mujeres es, ciertamente, la piedra angular del sistema demográfico; la viabilidad de la población de cualquier especie de mamíferos superiores, incluida la humana, depende de la cifra de hembras en edad fértil. Los machos son también imprescindibles, es cierto, pero su número necesario puede ser mucho más bajo que el de hembras.
 
Razones muy poderosas llevan a las mujeres a quedar embarazadas y a los hombres a contribuir a ello. Al parecer, tener relaciones sexuales es un imperativo biológico que ningún individuo, en circunstancias anatómicas y somáticas normales, puede soslayar. Bien es cierto que, como todo el mundo sabe, una cosa es copular y otra procrear, pero en buena parte de las ocasiones una cosa lleva a la otra.

El imperativo biológico de copular se presenta, en la especie y la sociedad humanas, como un imperativo psicosocial. Las personas sienten la necesidad de tener hijos pero, sobre todo, se ven obligadas a ello, toda vez que la estructura social y económica de las comunidades humanas se fundamenta (en la mayor parte de las épocas y culturas) en la coexistencia de núcleos familiares formados, casi siempre, por una pareja y su descendencia.

Ahora bien, la fecundidad femenina puede ser muy superior a la capacidad y recursos que tiene la unidad familiar para sacar adelante a los nacidos, por lo que el número de hijos que nacen en una familia es un asunto complejo. Dependiendo de las circunstancias y de los usos culturales, el imperativo psicosocial puede actuar, pues, a favor de la procreación o en contra de ella. Desde tiempo inmemorial existen, en todas las sociedades humanas, diferentes prácticas, más o menos directas, de regulación del embarazo y la natalidad, desde la abstinencia o la prolongación de la lactancia hasta los procedimientos abortivos.

Todo lo anterior va a determinar el número de niños nacidos en una población, cifra que constituye el segundo parámetro de nuestro esquema. El paso siguiente es saber cuántos de esos nacidos podrán dar lugar, a su vez, a nuevos nacimientos; y, como dijimos al principio, lo verdaderamente importante a estos efectos son las niñas. Son muchos los factores que intervienen en la determinación de la cifra de niñas que llegarán a los 15 años, pero aquí solo hemos reflejado los dos que consideramos más relevantes.

Lo primero es determinar cuántos de entre esos nacidos (tanto niños como niñas) fallecerán antes de llegar a la edad de reproducción. Es muy difícil saberlo, pues hay múltiples causas de muerte que pueden operar en cualquier edad. Pero la mortalidad que se da en el primer año de vida es la que suele ser más significativa, ahora y a lo largo de la historia de la Humanidad. Esta mortalidad se expresa mediante la TMI o Tasa de Mortalidad Infantil, que equivale al número de defunciones de niños/as menores de 12 meses registradas durante un año, partido por el número total de nacimientos habidos en ese año. Se expresa en tantos por mil, y constituye una tasa verdaderamente elocuente para estimar las características demográficas de una sociedad.

La TMI es consecuencia del grado de prosperidad de una sociedad y refleja sus disponibilidades básicas (asistencia médico-sanitaria, nutrición, estabilidad socioeconómica). Para hacernos una idea, en España, la TMI en 1976 fue de un 17 por mil, mientras que en 2013 no superó el tres por mil.

Por sí sola, la TMI no nos dirá la cantidad de niños/as que llegan a la edad fértil, pero es el principal factor que va a influir en esa cantidad. La TMI tiene también una incidencia importantísima en los factores psicosociales que intervienen en las razones para procrear y, por tanto, en el número de niños nacidos (hemos reflejado gráficamente esta incidencia con una flecha discontinua en nuestro esquema). Efectivamente, si la TMI es muy alta, las familias optan por concebir un número elevado de hijos con el fin de compensar los que van a morir al poco de nacer; y viceversa: si la mortalidad infantil es baja, no es necesario sobrecargarse con muchos embarazos.

De manera recíproca, los factores psicosociales también pueden influir en la TMI: el infanticidio, que se da y se ha dado en prácticamente todas las culturas humanas, debe considerarse como un medio directo de control de la población (véase la web del proyecto Modos de reproducción y estrategias reproductivas en sociedades antiguas). La mayoría de las prácticas de infanticidio, ya sean por maltrato directo, por abandono o por falta de cuidados del bebé, suelen tener lugar durante el primer año de vida.

Después de la TMI, el segundo factor que queremos conocer es la proporción de mujeres al nacimiento (sex ratio), es decir, cuántos de los nacidos en una población son chicas. Afortunadamente, la diferencia observada en la especie humana entre el número de varones y el de hembras es, al nacimiento, muy pequeña, y a efectos prácticos se puede considerar que cada sexo contribuye con un 50 por ciento.

Considerados estos dos factores ya podremos tener una idea sobre el tercer y último gran parámetro de nuestro esquema de flujo demográfico, el número de niñas nacidas que sobreviven hasta edad fértil (más de 15 años). Prácticamente, aquí se cierra el círculo del esquema tripartito que hemos presentado. No hay que olvidar el hecho de que no todas las mujeres de 15 años se convertirán en madres, ya que muchas fallecerán antes del primer embarazo, y muchas otras no serán fértiles, pero este hecho tiene una relevancia cuantitativa menor en la dinámica del flujo demográfico.

Vemos así cuál es el mecanismo básico por el que se mantiene (y puede variar) una población de una generación a la siguiente. Naturalmente, podemos refinar este esquema (y de hecho tenemos que hacerlo) para estudiar, analizar y explicar la demografía de una sociedad, pero este esquema ilustra el funcionamiento básico de la población humana.

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